"Amemos la Tradición, pero en su esencia, y procurando descifrarla como un enigma que guarda el secreto del Porvenir. Yo para mi ordenación tengo como precepto no ser histórico ni actual, pero saber oír la flauta griega. Cuanto más lejana es la ascendencia hay más espacio ganado al porvenir.."
La única manera de comenzar a escribir sobre la música española es guardar silencio.
Y no sólo guardarlo, sino escucharlo; atender al silencio.
Si consiguiéramos tender hacia el silencio -silencio primordial, tal vez inexistente, previo a todos los sonidos que en esta tierra se han dado y se dan- podríamos dirigirnos adecuadamente hacia lo que yace bajo la música española, su sustrato, su cuna, su cáliz; recóndito ser de naturaleza desconocida del que pudo manar en un momento el manantial del sonido en esta tierra. Sí, uno debe descender por esas grutas, cuevas, grietas sonoras, hasta donde se pierda la visión y el oído y comiencen a aflorar esos otros sentidos, menos resobados por nuestro procesador analítico, y más certeros, tal vez, a la hora de reconocer lo originario, lo inmutable, lo Real, en definitiva, de lo que pueda contener la música española aún hoy.
Uno de esos sentidos es el del ritmo y es seguramente vital si queremos adentrarnos en este universo de frecuencias geográficas. Si por las grietas de las músicas -sonidos ritmados- de la historia y vida de este pueblo y pueblos de España, llegáramos a vislumbrar un ritmo, despojado ya de su música, verdaderamente esencial a todo lo que viniera, y vino, después, habríamos fondeado no poco de ese sustrato infinito de física y metafísica peninsular.
Creo que no puedo plantearme este viaje -que es, como siempre, a lo desconocido- de otra manera, ni con otro propósito. Lo que vaya apareciendo en la oscuridad, en el silencio, será siempre sorpresa inesperada y como tal será vivido y compartido.